miércoles, 21 de noviembre de 2012

Torero



Torero:
                                                     

En el siguiente video vemos que existen quienes protestan en contra de todas las fiestas taurinas, alegando que no es una fiesta cultural  y que se deberían acabar.
Debemos tomar conciencia, que el maltrato animal en ninguna de sus modalidades es un acto cultural.


http://www.youtube.com/watch?v=G2lBUBbGTww

Un articulo que habla muy bien y es de buena manera critico es el siguiente:


Los animales tienen derechos: ¿cuáles animales?, ¿cuáles derechos?

Por Rodrigo Hurtado
OPINIÓNMientras Petro suspendía las corridas de toros, una decisión del Consejo de Estado concedió derechos a todas las especies animales y los equiparó con los discapacitados. ¿Cuáles son las implicaciones de este fallo?
Martes 10 Julio 2012
En vías de extinción

Las corridas de toros parecen inexorablemente condenadas a desaparecer en Colombia:

- En Bogotá fueron proscritas por el alcalde Gustavo Petro, quien suspendió la vigencia del contrato con la Corporación Taurina para el alquiler de la Plaza La Santamaría.
-En Medellín, Aníbal Gaviria ha pedido a los taurinos que consideren la supresión de la muerte del animal, pero no ha prohibido la fiesta brava porque La Macarena no es propiedad exclusiva de la ciudad.

-El senador Camilo Sánchez Ortega anunció un proyecto de ley que prohibiría la entrada de menores de edad a las corridas de toros.

-Pero el puntillazo definitivo podría derivarse de un reciente fallo del Consejo de Estado sobre la muerte de Jesús Antonio Hincapié García, en la corraleja del matadero de Anserma (Caldas) en marzo de 1999. Aunque Hincapié no era matador de traje de luces, sino asistente de los matarifes locales, este fallo podría poner en riesgo a la fiesta brava y abrir una controversia sin precedentes sobre la relación entre los humanos y los otros animales.

Fallo y polémica

AnimaNaturalis ha calificado la decisión como un hito histórico de la causa animalista. En efecto, la ponencia del magistrado Enrique Gil Botero consigna que “es pertinente reconocer valor propio en los animales y otros seres vivos, y si bien resulta válido que el hombre en ocasiones emplee aquéllos para garantizar o mejorar su bienestar, o realizar actividades laborales o de recreación, lo cierto es que esta circunstancia no impide ni supone la negación de (…) reconocimiento de que son seres vivos dotados de valor propio y, por lo tanto, titulares de algunos derechos” como “ el derecho a no ser maltratado (…) a una muerte digna sin sufrimiento, entre otros” (énfasis añadidos).

El magistrado Gil va más allá y anota que “el principio de dignidad implícito en estos seres vivos haría que toda institución jurídica (…) tuviera en cuenta esta condición”. Es la concreción jurídica del ‘giro ecológico’ del que habló el filósofo Leonardo González  en Razón Pública hace un par de semanas. Si las corridas de toros son el símbolo del maltrato animal, ese símbolo está herido de muerte.

César Rincón, el matador colombiano que hace 15 años recibía tratamiento de héroe cuando salía en hombros de la plaza Las Ventas, en Madrid, aceptó resignado: “si no existen otros mecanismos para que nuestra fiesta continúe, nos tendríamos que amoldar a las circunstancias que vengan”.

Son cada vez menos numerosos – y menos jóvenes – quienes defienden esta práctica que unos llaman arte y otros tachan de barbarie. Los argumentos de sus defensores, desdeñados olímpicamente por González, van desde lo estético (Antonio Caballero dice que el toreo cultiva el “arte de la crianza, el arte del combate y el arte del juego con la muerte”), el placer hedonista (“una actividad del espíritu” la definió Belmonte) y lo ético (no hay muerte más digna para el animal que la lucha: “¿A cuántos animales se les da la oportunidad de que hagan el ejercicio propio de lo que son, animales?”, intenta razonar Rincón).

Desde otro ángulo — la supervivencia de un vestigio cultural ancestral — Álvaro Botero construye una argumentación alternativa en torno a la libertad de culto en su análisis de la semana pasada para Razón Pública.

No seré quien defienda esta práctica, pero la verdad monda y lironda es que la prohibición de las corridas de toros en Bogotá y el fallo del Consejo de Estado no tienen el menor efecto práctico sobre la realidad del maltrato a los animales: más bien son triunfos simbólicos de una corriente ideológica radical, una interpretación fundamentalista de la conciencia ecológica. Quienes promueven esta ideología llegaron por fin al poder y los efectos de sus decisiones están por verse.

Populismo en vez de toros

Es pertinente abrir un debate serio sobre si los animales tienen o no derechos y cuáles son las implicaciones políticas y económicas de esa decisión. Pero esa discusión no se puede centrar exclusivamente en los toros de lidia y el espectáculo taurino, porque se tiende a caer en el populismo y en la demagogia.

Ya sucede. Basta con leer la propaganda de la Alcaldía sobre las actividades artísticas que se realizan en La Santamaría para “resignificar este escenario como un espacio de vida”. He aquí el menú de la primera semana:

* Álbum, “historia de una familia a partir de fotos vivas”;
* La Gata Cirko, “un homenaje a la vida”;
* Huellas y África, un “montaje por la vida”;
* El árbol de las palabras, un espacio para “escribir breves mensajes alrededor de las víctimas y la violencia contra la mujer”, pero que solo recibirá a aquéllos que “celebran la vida” y así…

El exceso retórico con la palabra “vida” en estos pronunciamientos públicos devela la idea bienpensante de que la muerte no es parte de la vida y un sesgo ideológico “pro vida”, similar al del Procurador Ordóñez.

Ojalá que el criterio del alcalde —en el sentido de que no es “conveniente que en la ciudad se desarrollen espectáculos alrededor de la muerte”— no se traduzca en limitaciones al uso de la Plaza para exponer la obra de Goya, la poesía trágica griega, el teatro de Lorca o la película basada en Crónica de una muerte anunciada.

Alimentación y derechos de los animales

Esta neblina obscurece una discusión en realidad compleja: ¿Tienen derechos los animales? Para quienes estamos familiarizados con ellos, no hay duda de que se trata de seres sensibles, que sienten dolor, hambre, alegría, angustia y que expresan cariño, pueden seguir instrucciones y hasta realizar actos heroicos.

Cadenas de televisión como Animal Planet y Discovery Channel proveen pruebas contundentes del carácter singular de muchos animales y de su capacidad de producir gestos que sorprenden hasta al más antiecológico de los seres humanos.

Maltratar a un animal, sin ningún propósito distinto del disfrute estético, puede resultar repugnante para muchas personas. Los taurinos reivindican su práctica como una lucha y la explican a partir de la naturaleza territorial del animal que suponen disfruta del combate.

Realmente casi todos los animales ejercen un control territorial instintivo y luchan por él contra sus pares y contra otras especies. El combate entre toro y torero no me parece simétrico, como tampoco lo es el del rey de España armado de un rifle contra un elefante africano. Pero tampoco el del león contra la gacela. Aceptémoslo: la lidia, el combate, la caza y la pesca son parte de la selección natural y en algunos casos, son fuente legítima de alimento y abrigo.

¿Podemos renunciar a nuestro lugar privilegiado en la cadena alimentaria en aras de los derechos de los animales? Algunos vegetarianos totales y el veganismo plantean ese dilema y aducen la extrema crueldad de la industria alimenticia como argumento para renunciar a comer a expensas de un ser ‘sintiente’.

Para disfrutar de un delicioso caldo de costilla es preciso que muera una res. Unas jugosas costillitas de cerdo en su mesa implican la ejecución brutal de un animal, que comparte con la especie humana el 98 por ciento de lainformación genética. Los huevos revueltos de esta mañana, si hubieran estado fecundados y de no ser por usted, podrían haber empollado un gallo. Muchos otros peces murieron para producir su sánduche de atún. Quienquiera que consuma carne es cómplice de una ejecución, a veces en condiciones que distan mucho de la dignidad que exige el magistrado Gil. Para darse una idea más completa recomiendo la película Fast Food Nation (2006) dirigida por Richard Linklater o el libro “Eating Animals” de Jonathan Safran Foer. 


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